Hoy 12 de octubre, la Unión Europea activó oficialmente el Entry/Exit System (EES), un nuevo mecanismo que registra digitalmente cada entrada y salida de personas no pertenecientes a la UE o al espacio Schengen. Se lanza simultáneamente en 29 países, entre ellos Chequia, Suecia, Estonia y Lituania. En los aeropuertos checos, el primer registro de pasajeros se hará las 16:00 horas.
El discurso oficial habla de “mayor seguridad y eficacia en el control fronterizo”. Pero detrás de esa frase neutra se esconde una transformación más profunda: Europa ha inaugurado su frontera digital, una base de datos que combinará rostros, huellas y movimientos de millones de viajeros.
Un sistema presentado como avance técnico
Según la Policía Checa, el EES no se aplicará a ciudadanos de la UE ni a residentes legales. Su objetivo es registrar a quienes entran por turismo o por corta estancia. A partir de ahora, en lugar de sellos físicos, habrá “sellos digitales” con fecha, hora y punto de entrada o salida.
Bruselas lo celebra como una innovación tecnológica que “aumentará la seguridad” y “reducirá el fraude”. En la práctica, sin embargo, significa más cámaras, más esperas y más datos biométricos almacenados. La frontera ya no será una barrera visible, sino un sistema automatizado que decide quién puede pasar y quién no.
La otra cara: el uso político del control
El lanzamiento del EES llega en un contexto en el que varios gobiernos europeos enfrentan presiones internas por la migración. Convertir la frontera en un sistema automatizado ofrece un mensaje cómodo: “Europa protege sus puertas”.
Para los partidos populistas, el nuevo sistema se presenta como un trofeo discursivo. Permite decir: “ya controlamos a los extranjeros”, sin debatir sobre las causas reales de la migración ni sobre las políticas de integración. La tecnología actúa como escudo simbólico frente al miedo.
El precio del control
Detrás del lenguaje técnico —biometría, interoperabilidad, trazabilidad— hay una cuestión más política: la expansión silenciosa del poder de vigilancia.
El EES enlazará con bases de datos policiales, el sistema VIS de visados y, más adelante, con el ETIAS, una autorización previa que todo viajero no europeo deberá obtener antes de entrar al espacio Schengen.
Europa construye así una infraestructura que vigila sin fronteras físicas. Un registro de movimientos tan preciso como asimétrico: los ciudadanos europeos viajan libres, los demás viajan registrados.
En la práctica
Para el viajero común, significará más filas, más cámaras y menos privacidad.
Para las autoridades, una base de datos inédita sobre quién entra, cuánto tiempo se queda y cuándo se va.
Y para los discursos populistas, una herramienta retórica útil, un símbolo de control que puede exhibirse sin rendir cuentas.
Conclusión
El EES marca un cambio histórico en la gestión de fronteras europeas.
Sus defensores lo presentan como un avance hacia la seguridad; sus críticos lo ven como el primer paso hacia una vigilancia masiva de viajeros.
Más allá de la retórica, el hecho concreto es que Europa ha sustituido los sellos por algoritmos y ha convertido cada cruce de frontera en un registro digital permanente.
