La falsa comparación entre Trump y Babiš
La comparación entre Donald Trump y Andrej Babiš ha sido una tentación recurrente para analistas y medios europeos. Pero Babiš no es el Trump checo.
Ambos son multimillonarios que irrumpieron en la política con un discurso populista y un estilo directo, pero ahí terminan las coincidencias. Trump construyó su narrativa sobre la promesa de combatir la corrupción y devolver el poder al ciudadano común. Babiš, en cambio, nunca habló de limpiar la corrupción checa porque forma parte de ella: su carrera política y empresarial se alimenta precisamente de los mismos mecanismos que dice cuestionar. Llamarlos parecidos es confundir la crítica con la caricatura.
Un gabinete diverso frente a un poder cerrado
Trump tiene como jefe del FBI a Kash Patel, un hombre de ascendencia india confirmado por el Senado en febrero de 2025. Como secretario de Estado nombró a Marco Rubio, cubanoamericano que también asumió funciones adicionales como asesor de seguridad nacional interino, administrador interino de la agencia USAID y archivista de Estados Unidos. Además, cuenta con congresistas cubanoamericanos como Mario Díaz-Balart y anteriormente su hermano Lincoln Díaz-Balart. Ha incorporado a varias personas de origen extranjero en cargos importantes. Su política no es excluyente ni racista, sino dirigida contra la inmigración no ordenada e ilegal.
El espejo oscuro de la corrupción checa
El caso de Andrej Babiš es otra historia. Jamás prometió erradicar la corrupción porque, en buena medida, forma parte de ella. Fue formalmente acusado en 2017 por el caso Čapí hnízdo (Nido de Cigüeña), donde se le investigó por el presunto uso fraudulento de subvenciones europeas destinadas a pequeñas empresas. En 2023 fue absuelto, pero la sentencia fue anulada en 2025 y el juicio volvió a abrirse. Además, su nombre figura en los Pandora Papers, por operaciones inmobiliarias a través de sociedades offshore que las autoridades francesas investigan por posible lavado de dinero. (Reuters; ICIJ)
Un entorno sin diversidad ni disidencia
A diferencia del expresidente estadounidense, Babiš no tiene a su alrededor a nadie de origen extranjero ni perteneciente a minorías. Su entorno político y empresarial es completamente checo, homogéneo y cerrado. Ninguno de sus asesores, ministros o aliados procede de comunidades romaníes, inmigrantes o refugiadas. Mientras Trump buscó proyectar inclusión dentro de su propio marco conservador, Babiš ha construido un círculo de poder exclusivamente blanco y nacional. Y en su discurso no hay matices: no distingue entre inmigración ordenada o ilegal; trata todo lo extranjero como una amenaza cultural.
Ni en su primer mandato (2017–2018) ni en el segundo que ahora intenta formar, Babiš ha incluido en su gobierno a personas no checas, no blancas ni ajenas a su círculo populista. Todos sus ministros y asesores han sido figuras locales, de perfil uniforme y leales a su línea ideológica. No hay rastro de minorías étnicas, inmigrantes naturalizados ni voces disidentes. Su forma de gobernar refleja una visión cerrada del poder: nacionalista en el discurso, excluyente en la práctica.

El mito del “Trump checo”: Babiš no es el Trump checo
El apodo de Trump checo responde más a una necesidad mediática que a una realidad política.Babiš no es el Trump checo.Es una etiqueta cómoda para explicar a un público extranjero un fenómeno local mucho más opaco. En realidad, Babiš no es una versión centroeuropea de Trump, sino el producto típico del sistema que afirma combatir: un oligarca moldeado por las reglas del clientelismo estatal, que aprendió a hablar como antisistema mientras se beneficia del propio sistema.
Su discurso, centrado en el “yo contra el poder”, se derrumba en cuanto se mira más allá del espectáculo. Trump representa un movimiento ideológico con base social y una narrativa de nación; Babiš, en cambio, encarna un proyecto puramente personalista. Mientras el primero desafía al “Estado profundo”, el segundo se confunde con él: vive de los contratos públicos, de los subsidios europeos y del control de instituciones clave. Su populismo no busca transformar, sino conservar el poder en beneficio propio. Llamarlo el Trump checo es, al final, un truco mediático más que una definición política.
La normalización del extremismo
El exmandatario estadounidense tampoco se rodearía de figuras ultraderechistas marcadas por escándalos relacionados con símbolos nazis o gestos de ese tipo; en Estados Unidos, eso sería políticamente suicida. En cambio, en la República Checa ese tipo de antecedentes rara vez tiene consecuencias. Políticos, concejales o candidatos que han posado con simbología nazi, saludos fascistas o mensajes de odio apenas reciben sanciones, y a menudo son descritos por los medios y las instituciones como “provocadores” o “inmaduros”. La sociedad lo tolera con una indiferencia que delata el grado de normalización del extremismo: aquí, portar una esvástica puede costar menos que denunciarla.
Este fenómeno no es aislado. La figura del eurodiputado Filip Turek, analizada en Filip Turek y la ventana de Overton en el Parlamento Europeo, ejemplifica cómo la ultraderecha checa ha logrado integrarse en el discurso político sin pagar un precio real por su radicalismo.
Aliados con historial violento
Tampoco imaginaría rodearse de líderes honorarios con antecedentes por violencia doméstica ni nombrar como figura simbólica a alguien acusado de amenazar a su pareja con un arma de fuego. En la República Checa, sin embargo, eso no parece descalificar a nadie. El caso de Filip Turek, presidente honorario de Motoristé sobě, lo demuestra: según Brno Daily (24 de junio de 2025), está bajo investigación policial tras la denuncia de su ex pareja, que lo acusa de años de violencia doméstica, amenazas con arma y posibles agresiones sexuales ocurridas hace 15 o 20 años. La fiscalía evalúa si el caso podría prescribir, lo que, de confirmarse, sería otra muestra de cómo las instituciones checas tienden a favorecer a figuras nacionalistas incluso frente a acusaciones graves. Aun así, Turek fue mantenido como líder honorario mientras el partido presentaba como rostro más amable a Petr Macinka, portador del mismo discurso nacionalista, solo con mejor envoltorio.
La doble moral institucional
Esa doble moral no se limita al discurso político, sino que impregna también el funcionamiento del Estado. En la práctica judicial y administrativa checa se repite un patrón inquietante. Cuando los agresores son personas que profesan ideas ultranacionalistas —ya sea por exhibir simbología nazi, lanzar insultos racistas o participar en ataques físicos— las instituciones suelen describir sus actos como “errores juveniles”, “provocaciones” o simples “excesos de opinión”. En cambio, cuando las víctimas pertenecen a minorías étnicas, son extranjeras o cuentan con protección internacional, el tono cambia radicalmente: se las presenta como individuos que “se creen con más derechos que los checos”, se cuestiona su credibilidad y, con frecuencia, terminan acusadas de haber provocado los hechos. Así, la violencia fascista se trivializa, mientras la defensa legítima de las víctimas se criminaliza. Y ese clima institucional es el que permite a figuras como Babiš prosperar. Su discurso se alimenta de esa pasividad: de una sociedad que normaliza el extremismo y castiga a quien lo denuncia.(Lee también:Babiš gana elecciones en Chequia 2025).
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