
La imagen, publicada por Deník N en 2024, originó una investigación oficial cuyos resultados nunca fueron aclarados.
Crédito: Foto: Zdislava Pokorná / Deník N.
El saludo polémico que Filip Turek no deja de repetir
Un año después de la primera investigación policial, el eurodiputado Filip Turek sigue repitiendo su saludo polémico mientras su partido aspira a controlar Exteriores, Cultura y Medio Ambiente.
La policía checa prometió aclarar los gestos de Turek asociados al saludo polémico, pero nada se supo. Hoy, el mismo político los repite desde un cargo europeo y su partido busca ganar influencia en las principales áreas del Estado.
El nuevo nacionalismo: Filip Turek y su saludo polémico que no cesa
Durante años, Filip Turek ha levantado la mano derecha en público con la naturalidad de quien saluda a un amigo. En bodas, en bares, en actos de partido: el gesto se repite, idéntico, como si el tiempo no pasara ni la historia hubiera dejado lecciones.
La prensa lo llama “polémica”, la policía abre investigaciones y las archiva, y el país sigue su vida cotidiana, tolerando que un político con aspiraciones ministeriales juegue con los símbolos del odio.
Turek no es un marginal. Fue candidato del bloque Přísaha + Motoristé sobě y acabó en el Parlamento Europeo. Su imagen, mezcla de influencer automovilístico y patriota de barra, lo convirtió en un rostro familiar para quienes creen que el nacionalismo puede venderse con estética moderna.
Pero las fotografías lo persiguen: al menos cinco lo muestran levantando la mano al estilo de Hitler, ninguna ha tenido consecuencias reales.
El ministerio que quieren capturar
El movimiento Motoristé sobě, que llevó a Turek al Parlamento Europeo, no oculta su agenda: se presenta como la voz de los automovilistas, se opone a la eliminación gradual de los motores de combustión y acusa a Bruselas de “dictar” políticas ecológicas que, según ellos, “arruinan la libertad individual”.
Detrás de ese discurso técnico late algo más profundo: el desprecio a toda forma de control civil o ambiental sobre el poder económico.
Por eso su ambición actual —controlar el Ministerio de Medio Ambiente— no es casual. Desde allí podrían bloquear la aplicación de normas europeas sobre emisiones, vetar inspecciones ambientales y proteger los intereses de sectores industriales aliados.
El gesto de Filip Turek levantando la mano derecha no es solo un símbolo arcaico: es la expresión visual de un proyecto que busca imponer jerarquía, dominio y negación de límites, incluso los naturales.
De la sombra de Klaus a la política abierta
El arquitecto silencioso de esta operación es Petr Macinka, líder de Motoristé sobě y viejo colaborador de Václav Klaus, expresidente checo entre 2003 y 2013, conocido por su rechazo a la Unión Europea y al ecologismo moderno.
Durante más de quince años trabajó como portavoz y asesor dentro del círculo presidencial, un entorno que moldeó la derecha euroescéptica checa.
En 2022 fundó su propio partido y desde entonces cultiva un discurso abiertamente contrario al Pacto Verde Europeo, a las políticas climáticas y a cualquier forma de regulación ambiental.
Macinka representa la continuidad del ideario klausiano: negación del cambio climático, hostilidad hacia Bruselas y defensa de los combustibles fósiles como “pilar de la soberanía nacional”.
En junio de 2025 fue galardonado —de manera casi sarcástica— con el premio Zelená perla por el “comentario más antiecológico del año”, tras declarar que “Chequia necesita menos ecologistas y más leñadores y pescadores”.
Su posible nombramiento como ministro de Medio Ambiente ha encendido alarmas dentro y fuera del país.
El pasado 19 y 20 de octubre, cientos de manifestantes se concentraron frente al Castillo de Praga y en otras plazas del centro para exigir al presidente Petr Pavel que rechace su nominación.
Organizaciones climáticas y expertos advirtieron que entregar la cartera ambiental a Motoristé sobě significaría un retroceso de años en la protección del medio ambiente y un desafío abierto a las políticas europeas sobre emisiones y energía limpia.
La crítica más directa vino de la exdiplomática y actriz Magda Vášáryová, quien advirtió en una entrevista con DVTV (21 de octubre de 2025) que “esta persona es peligrosa” al referirse a Petr Macinka.
Según Vášáryová, “lo entiende, es astuto, sabe hablar y tergiversar las palabras; él habla, Filip Turek calla”.
Sus declaraciones reflejan la creciente inquietud por la influencia del líder de Motoristé sobě dentro de la derecha checa.
Fuente: DVTV
Esa retórica lo ha catapultado al primer plano: su nombre suena con fuerza para el cargo de ministro de Medio Ambiente.
Cientos de científicos y organizaciones cívicas han firmado peticiones advirtiendo que Macinka “no tiene plan para construir, solo para destruir”, como resumió Český rozhlas.
Pero en la lógica del poder actual, esa provocación se interpreta como mérito.
El discurso del odio y la confusión útil
En las últimas semanas, las redes sociales checas exhiben una nueva paradoja.
Mientras Filip Turek insiste en que “no es prorruso”, sus votos en el Parlamento Europeo cuentan otra historia: votó contra resoluciones que condenaban la influencia del Kremlin y la represión en Georgia.
El analista político Roman Kolář explicó con ironía que el movimiento Motoristé sobě ha logrado algo inusual: reunir votantes que creen cosas opuestas.
“Unos están convencidos de que son anti-rusos, otros creen que apoyan a Ucrania y un tercer grupo los sigue por sus mensajes racistas y xenófobos, mientras niegan que esos ataques existan.”
Entre los mensajes atribuidos a Turek se cuentan insultos contra estudiantes universitarios y frases como “al horno con esos estudiantes”, dirigidas a manifestantes.
Lo inquietante no es solo la agresividad del discurso, sino la facilidad con que parte del electorado la normaliza.
Como resumió Kolář, “Turek encarna un nuevo tipo de político: capaz de sostener tres versiones distintas de sí mismo y mantener a todos sus seguidores satisfechos.”
La mirada desde fuera
La prensa internacional también ha comenzado a fijarse.
Le Monde tituló recientemente: “Filip Turek, el trumpista checo que coquetea con los símbolos nazis”, y lo incluyó entre “los nuevos rostros de la extrema derecha europea”.
Sin embargo, esa comparación con Donald Trump resulta discutible.
Filip Turek no ha mostrado afinidad alguna con el expresidente estadounidense: en mensajes que se le atribuyen en redes sociales ha insultado abiertamente al ejército de Estados Unidos y nunca ha elogiado sus políticas ni su estilo.
El paralelismo de Le Monde parece más un recurso simbólico que un reflejo real: Trump, con todos sus excesos, nunca ha estado rodeado de colaboradores con ideología neonazi ni ha recurrido a gestos o referencias del nacionalsocialismo.
En cambio, Turek y su entorno sí han normalizado símbolos y discursos que rozan ese terreno peligroso.
La coincidencia no es menor: mientras Turek busca representar a Chequia ante el mundo, Macinka aspira a dirigir el ministerio que regula la naturaleza.
Uno exportaría la imagen revisionista; el otro, la consolidaría internamente.
El arquitecto del ascenso
Macinka no solo lidera el partido: es quien catapultó a Turek.
Lo defendió cuando estallaron los escándalos por sus mensajes racistas, xenófobos y con referencias extremistas.
Mientras otros partidos se desmarcaban, Macinka lo blindó, lo presentó como “un hombre de carácter” y hasta lo propuso para el Ministerio de Exteriores.
En sus declaraciones públicas ha minimizado cada polémica, ha relativizado los gestos y ha insistido en que Turek “representa la voz auténtica de los ciudadanos”.
Esa defensa cerrada revela más que lealtad política: sugiere afinidad ideológica.
Macinka no se limita a justificar a Turek; lo convierte en símbolo, en emblema de una Chequia que él imagina “orgullosa y soberana” frente a Europa.
Pero lo que realmente proyecta es una Chequia que comienza a tolerar discursos y actitudes que recuerdan demasiado al pasado que juró no repetir.
Su empeño por llevar a Turek al escenario internacional muestra la ambición de un movimiento que ya no teme exhibir su verdadera cara.
Una Chequia donde el extremismo no se esconde: se normaliza, se viste de corbata y se ofrece como modelo.
Y esa es la señal más peligrosa de todas —la misma que Europa ignoró una vez, hasta que fue demasiado tarde.
El saludo repetido
Cada vez que Filip Turek levanta la mano, el país se divide entre los que fingen no ver y los que ya se han acostumbrado.
El gesto se repite, las investigaciones se archivan y los medios lo tratan como anécdota, no como síntoma.
Pero las señales están ahí: un político con discursos revisionistas, otro con negacionismo ambiental militante y un sistema que normaliza ambos.
Las primeras fotografías datan desde antes de 2024, cuando Turek ya era eurodiputado.
El 11 de junio de 2024, la agencia Reuters informó que la policía checa investigaba imágenes en las que aparecía realizando el saludo polémico en público.
Semanas después, el 27 de junio, el portal de investigación Investigace.cz reveló otras fotos donde Turek levantaba la mano desde un coche y usaba un casco con símbolos de la organización extremista griega Golden Dawn.
Silencio policial
Más de un año después, la policía no ha ofrecido ninguna declaración pública sobre el resultado de aquella investigación.
Nadie explicó si el caso se archivó, si hubo sanción o si simplemente quedó en el olvido.
Ahora, en 2025, las autoridades anuncian que “investigan de nuevo” por un gesto idéntico captado en otra fotografía.
El silencio anterior y la repetición del caso muestran un patrón inquietante: la justicia actúa con reflejos lentos ante los gestos del extremismo, mientras la sociedad se acostumbra a ellos.
El testigo que rompió el silencio
El periodista automovilístico y antiguo amigo de Filip Turek, Vojtěch Dobeš, decidió hablar públicamente sobre las publicaciones de odio atribuidas al eurodiputado.
En una entrevista con Deník N (21/10/2025), Dobeš explicó cómo capturó las capturas de pantalla originales y aseguró estar dispuesto a declarar ante la policía sobre su autenticidad.
Dobeš sostuvo que las publicaciones se hicieron en junio de 2024, cuando Turek ya era figura pública y su entorno empezaba a organizarse políticamente.
Su testimonio reabre el caso y pone en duda la versión oficial, que durante más de un año no ofreció resultados ni explicaciones.
En los últimos años, la ultraderecha en la República Checa ha usado símbolos racistas y discursos xenófobos con impunidad.
“Patriota”
Pese a todo, Filip Turek mantuvo su escaño europeo y su proyección política intacta.
En otro país, un gesto así habría significado la dimisión inmediata o el final de una carrera.
En Chequia, en cambio, fue tratado como una excentricidad de campaña.
Y esa diferencia dice más del clima político actual que de las propias imágenes.
El extremismo contemporáneo no necesita uniformes ni consignas antiguas.
Le basta con una sonrisa, una cámara y un relato de “libertad” frente al Estado.
La misma libertad que reclama para contaminar sin límites, insultar sin consecuencias y reescribir el pasado.
Si algo enseña este caso, es que los gestos nunca son inocentes.
Y cuando un país deja de reaccionar ante ellos, el problema ya no es el saludo: es el silencio.
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