
El viernes 20 de septiembre de 2025, un grupo de neonazis armados atacó una manifestación pacífica contra el racismo en Frýdku-Místku. El asalto dejó varios heridos y reveló, una vez más, la pasividad policial frente a la violencia de extrema derecha en la República Checa.
Ataque que no sorprende
Lo ocurrido en las calles checas la noche del pasado viernes, durante una manifestación pacífica, mostró hasta qué punto los neonazis en Chequia actúan con impunidad. Un grupo de jóvenes encapuchados y armados con bastones telescópicos, guantes tácticos y otros medios de agresión irrumpió violentamente contra manifestantes que no hacían otra cosa que ejercer su derecho a expresarse. Según informó Romea.cz en su cobertura del ataque, no había provocación ni enfrentamiento previo: fue un ataque planificado, frontal y con tintes de odio.
La escena resultó familiar para quienes conocen la historia reciente de Europa Central: un grupo organizado de extrema derecha que actúa en las calles con impunidad, mientras la policía parece más preocupada por controlar a las víctimas que por detener a los agresores.
El precio de la violencia
Entre los heridos, el caso más grave fue el de un joven manifestante que terminó con la cara destrozada: fracturas en el pómulo, la mandíbula, la nariz y la cuenca ocular. La brutalidad del ataque le dejó el rostro desfigurado y al borde de perder un ojo. “Si el golpe hubiera caído apenas unos centímetros más arriba, hoy estaría ciego o muerto”, relató después con crudeza. Su testimonio es la prueba de que lo ocurrido no fue un simple disturbio, sino un intento de linchamiento político con consecuencias físicas devastadoras.
La policía, entre la pasividad y la sospecha
Lo más alarmante no fue solo la violencia desatada, sino la respuesta institucional. La policía, presente en el lugar, actuó con una pasividad que raya en la complicidad. Hubo golpes, gritos y sangre, pero las detenciones fueron mínimas y tardías. En vez de proteger a los pacíficos manifestantes, los agentes dedicaron más esfuerzo a despejar la protesta que a enfrentar a los agresores.
No es un episodio aislado: en Chequia, la policía ha sido criticada en múltiples ocasiones por una doble vara de medir. La contundencia se reserva para quienes protestan por derechos civiles, mientras que frente a grupos neonazis se observa una extraña suavidad. La señal es peligrosa: la violencia de ultraderecha se percibe como tolerable, incluso cuando apunta directamente contra la convivencia democrática.
Neonazis en la República Checa: un ecosistema entero
El ataque no fue fruto del azar ni obra de adolescentes confundidos. Los neonazis en la República Checa actúan como parte de un ecosistema que alimenta el odio y que normaliza la violencia.Jóvenes de apenas 16 años difícilmente llegan por sí solos a ese nivel de brutalidad. Es evidente que han sido adoctrinados, instruidos y entrenados en entornos donde el racismo y la admiración al fascismo se cultivan desde edades tempranas.
Quien observa de cerca las redes sociales de estos grupos descubre un patrón repetido,fotos de armas, entrenamientos militares disfrazados de “ocio” o “caza”, referencias constantes a un enemigo abstracto —antifascistas, minorías, migrantes— y una devoción hacia símbolos del nazismo que en Alemania supondría años de cárcel.
Mentores del odio: armas, entrenamiento y adoctrinamiento
Al menos tres casos documentados con material gráfico y verificable en redes sociales muestran la existencia de verdaderos “mentores” que sirven de guía a estas juventudes extremistas. No hablamos de simples simpatizantes: se trata de personas con trasfondos militares o paramilitares, habituadas al manejo de armas, que se presentan como instructores, cazadores o guardianes de tradiciones nacionales.
Bajo la fachada de pasatiempos inofensivos —caza, supervivencia, deportes de tiro— se esconde un proceso sistemático de adoctrinamiento. Desde la infancia o la adolescencia se enseña la manipulación de armas; los entrenamientos de tiro se acompañan de discursos sobre enemigos imaginarios; las redes sociales se llenan de rifles, pistolas y equipo táctico exhibidos como trofeos; y símbolos nazis o paganos reinterpretados se presentan como emblemas de resistencia.
Las publicaciones en redes como Facebook, Instagram o YouTube están al alcance de cualquiera. No son foros ocultos ni círculos clandestinos: son escaparates públicos. Esa visibilidad, lejos de generar una reacción institucional, parece gozar de tolerancia e impunidad.
Antecedentes: neonazis en las Fuerzas Armadas
El riesgo de que extremistas reciban formación militar no es reciente. En 2007, el diario Mladá Fronta Dnes reveló que varios soldados en activo estaban vinculados al núcleo duro del grupo neonazi Národní odpor. Entre ellos había un artillero y dos miembros de la brigada de respuesta rápida, entrenados en técnicas de sabotaje, contrainsurgencia y combate cercano. Pese a que la policía y la inteligencia militar tenían conocimiento del caso, los hombres permanecieron en servicio durante años. Este antecedente demuestra que la conexión entre neonazis y entornos militares viene de lejos y explica por qué hoy proliferan mentores con trasfondo castrense que instruyen a jóvenes en la violencia política.
La normalización del fascismo como hobby
En los perfiles abundan imágenes de pistolas desarmadas sobre mesas, fusiles con mirillas telescópicas, chalecos antibalas y niños sonriendo mientras aprenden a apuntar. Todo envuelto en frases sobre “pasatiempos correctos” o “tradiciones nacionales”. Pero la clave está en el contexto: esa supuesta afición se mezcla con referencias abiertas al Tercer Reich, a soldados nazis reverenciados como héroes y a símbolos prohibidos en buena parte de Europa.
En Alemania, exhibir estos emblemas o negar el Holocausto implica procesos judiciales y penas de cárcel. En la República Checa, en cambio, la frontera entre la “libertad de expresión” y la apología del nazismo se desdibuja, y los responsables parecen actuar sin miedo a consecuencias.
Del entrenamiento privado a las calles
Cuando adolescentes salen a atacar manifestantes pacíficos con euforia y violencia, no se trata de un arrebato. Es el resultado de años de preparación en un ambiente donde disparar un arma o golpear a un “enemigo” es motivo de celebración. Aun suponiendo que hayan sido captados apenas dos años atrás, significa que con apenas 14 años ya estaban bajo la influencia de adultos con ideas firmes de odio racial y admiración por el fascismo.
Esa combinación de adoctrinamiento temprano y entrenamiento paramilitar convierte a estos jóvenes en soldados de una causa peligrosa. Y el hecho de que lo exhiban sin pudor en redes públicas debería ser una señal de alarma para cualquier autoridad responsable de la seguridad ciudadana.
Tumbas, héroes falsos y símbolos de muerte

El culto no se limita al presente. En diferentes partes del país, tumbas de soldados nazis se han convertido en lugares de peregrinación y reverencia. Jóvenes se arrodillan ante lápidas de militares del Reich, suben fotos a redes y las acompañan con mensajes de orgullo. La exaltación de la muerte y del pasado fascista convive con una narrativa que presenta al antifascismo como el verdadero enemigo.
Ese revisionismo histórico —blanquear a soldados de Hitler mientras se demoniza a quienes lucharon contra él— no es un simple error académico. Es parte de la estrategia para normalizar la ideología nazi entre nuevas generaciones.
Un fenómeno público, no clandestino
La mayor paradoja es que nada de esto ocurre en la sombra. Fotos, nombres y símbolos circulan libremente en redes sociales. No hace falta un trabajo encubierto para comprobarlo: basta con una búsqueda rápida. Y, sin embargo, las autoridades actúan como si no lo vieran, como si se tratara de hobbies inocentes de ciudadanos excéntricos.
Lo que en realidad prolifera es un entramado peligroso: armas sin control, entrenamiento a menores, exaltación de símbolos nazis y violencia callejera dirigida contra manifestantes pacíficos.
El riesgo de la impunidad
Mientras se siga tolerando este ecosistema, cada ataque como el ocurrido en la manifestación será solo un eslabón más de una cadena de impunidad. Las señales están claras: los neonazis en la República Checa no solo existen, sino que se expanden, reclutan y entrenan a plena vista. Y cada vez que la policía mira hacia otro lado, la democracia se erosiona un poco más.
Neonazismo visible y en expansión
El neonazismo en la República Checa no es un vestigio del pasado, sino una realidad que prolifera en pleno siglo XXI. Aprovecha la tolerancia en redes sociales y la falta de una respuesta firme por parte de las instituciones para expandirse sin freno.Lo que antes quedaba limitado a pequeños círculos ahora se muestra abiertamente: símbolos, mensajes de odio y entrenamiento juvenil circulan con normalidad. Esta visibilidad no solo refleja la impunidad de los responsables, sino también el vacío de políticas efectivas para contener un fenómeno que crece a la vista de todos, pese a que organismos internacionales como la OSCE/ODIHR advierten del aumento sostenido de crímenes de odio en Europa.
Ya no se puede hablar de excepciones ni de incidentes aislados. La violencia neo-nazi es hoy un problema organizado, público y en expansión. Ignorarlo equivale a permitir que avance.
